Cuando una reunión define el futuro
Lo que parecía un encuentro administrativo en Jerusalén resultó ser decisivo para toda la historia cristiana. Pablo, junto con Bernabé y Tito, llegó allí con un asunto que no admitía dilación: la libertad que tenemos en Cristo. “Se habían infiltrado para espiar la libertad que tenemos en Cristo Jesús, a fin de someternos a esclavitud” (Gálatas 2:4).
Había quienes insistían en que la fe no bastaba. Querían añadir ritos y reglas para ser aceptados por Dios. La cuestión no era menor: si esa enseñanza se aceptaba, el evangelio quedaba en entredicho.
Tito, un creyente griego, se convirtió en el símbolo de esta batalla. Algunos exigían su circuncisión, pero los apóstoles no cedieron. Su decisión fue más que un asunto práctico: fue una defensa pública de que la gracia es suficiente.
Cuando reglas externas amenazan la gracia
Los falsos maestros decían que creer en Jesús era solo el primer paso, y que después había que cumplir requisitos adicionales para ser parte del pueblo de Dios. Pero si la fe dejaba de ser suficiente, la gracia ya no sería gracia.
El riesgo no era solo doctrinal, sino profundamente humano. Si esas ideas se imponían, los cristianos se dividirían entre “verdaderos” y “deficientes”, y una nueva esclavitud espiritual llenaría los corazones de culpa e inseguridad.
El evangelio que libera de verdad
Pablo no subió a Jerusalén porque dudara de su mensaje. Fue porque sabía que, sin un frente unido, el ministerio entre los gentiles quedaría en peligro. Su defensa no giraba en torno a su reputación, sino al bienestar de la iglesia.
La libertad en Cristo que Pablo proclamaba tiene dos dimensiones profundas:
- Libertad cultural: El evangelio no exige adoptar una cultura, idioma o estilo de vida específicos para ser aceptados. No somos parte de la familia de Dios por lo externo, sino por la fe en Jesús.
- Libertad emocional: Cuando creemos que debemos ganarnos el amor de Dios, vivimos atrapados en temor y culpa. Pero el evangelio nos asegura que ya somos aceptados en Cristo. Obedecemos no por miedo, sino por gratitud.
Un evangelio que no se negocia
Pablo lo dice sin titubeos: “Ni por un momento accedimos a someternos” (Gálatas 2:5). Sabía que una sola concesión podía poner en peligro todo. La decisión de no circuncidar a Tito fue una declaración contundente: no se necesita nada más que fe en Cristo para pertenecer al pueblo de Dios.
Ni rituales, ni normas culturales, ni perfección moral. Solo Jesús. Esa fue la buena noticia entonces y sigue siéndolo hoy.
La libertad que todavía necesitamos
Este pasaje no es un episodio archivado en la historia. Es un espejo para examinar si hemos añadido condiciones al evangelio. ¿Esperamos que otros adopten nuestras costumbres para considerarlos creyentes genuinos? ¿Medimos la espiritualidad con criterios que Dios nunca estableció?
La lucha de Pablo sigue siendo la nuestra. Cada generación debe defender la libertad que Cristo compró. Solo cuando vivimos desde la gracia —sin reglas que dividen ni cargas que esclavizan— podemos experimentar la verdadera libertad del evangelio.
Tal vez hoy sea buen momento para agradecer: “Señor, gracias porque tu gracia basta. Enséñame a vivir y a tratar a otros desde la libertad que me diste en Cristo”.