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07 Una identidad que redefine todo

Cruz de madera en una colina al amanecer con vista panorámica de una ciudad al fondo, cielo con nubes doradas y tonos cálidos que evocan un mensaje de esperanza y transformación espiritual.

De esclavos a hijos

En Gálatas 3:26–4:7, Pablo no presenta una idea abstracta, sino la verdad que cambia la vida cristiana: ya no somos esclavos, sino hijos de Dios. Y no cualquier hijo, sino adoptados legal y espiritualmente, revestidos de Cristo y herederos de todas sus promesas. No es poesía religiosa, es una realidad con consecuencias eternas.

Muchos piensan que todo ser humano es hijo de Dios simplemente por haber sido creado. Pero Pablo es claro: “todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús” (Gálatas 3:26). La filiación no es automática ni universal, sino el resultado de la obra redentora de Cristo recibida por fe.

Revestidos de Cristo

Pablo dice que, mediante la fe y el bautismo, hemos sido “revestidos de Cristo” (Gálatas 3:27). Esta imagen no es simbólica solamente; implica una nueva forma de vivir:

  • Identidad renovada: ya no somos definidos por logros, cultura o género, sino por Cristo.

  • Cercanía constante: como la ropa que nunca se despega de nosotros, Cristo está presente en cada momento.

  • Imitación real: vestirse de Cristo significa reflejar su carácter.

  • Aceptación plena: Dios nos ve en su Hijo, y en Él ya somos completamente amados y justificados.

Una familia sin barreras

La identidad como hijos nos convierte también en hermanos. “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3:28). Las diferencias no desaparecen, pero pierden su poder de dividir. En la iglesia de Cristo no hay lugar para racismo, clasismo ni machismo, porque todos estamos revestidos del mismo Señor.

De menores a herederos plenos

Pablo compara nuestra situación antes de Cristo con la de un menor de edad que aún no disfruta de su herencia (Gálatas 4:1-2). Pero en el tiempo perfecto, Dios envió a su Hijo para redimirnos y adoptarnos como hijos legales (Gálatas 4:4-5). Ya no somos siervos que buscan la aprobación de un amo, sino hijos que poseen la herencia de su Padre.

El Espíritu que nos hace decir “Abba”

El Hijo nos dio el estatus; el Espíritu nos da la experiencia. “Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abba, Padre!” (Gálatas 4:6). La adopción no es un concepto frío, sino una relación íntima. La oración ya no nace del temor, sino de la confianza. El gozo y la seguridad brotan de saber que Dios nos recibe como a su propio Hijo.

Vivir como hijo, no como esclavo

Muchos creyentes aún viven con mentalidad de esclavos: inseguros, temerosos, sintiendo que deben ganarse el amor de Dios. Pero si estás en Cristo, eres hijo. Todo lo que es de Él es tuyo. Ya no necesitas cargar con la culpa o la ansiedad de no dar la talla.

Tal vez esta semana puedas tomar un tiempo para leer Gálatas 3:26–4:7 y orar: “Espíritu Santo, haz real en mi corazón que soy hijo del Padre”. Vive cada día preguntándote: ¿estoy actuando como un esclavo que teme o como un hijo que confía? Esa diferencia lo transforma todo.

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