Seleccionar página

03 ¿Por qué contar tu testimonio?

Cruz de madera en una colina al amanecer con vista panorámica de una ciudad al fondo, cielo con nubes doradas y tonos cálidos que evocan un mensaje de esperanza y transformación espiritual.

Una historia que no busca protagonismo

Quizá has escuchado alguna vez a alguien compartir su testimonio en una reunión, con lágrimas o entusiasmo. Pero cuando Pablo lo hace en Gálatas 1:10–2:21, no busca conmover ni ganar admiradores. Su propósito es defender el evangelio y subrayar la gracia que lo rescató. La atención no está en él, sino en el Dios que se reveló con poder en su vida.

Antes de Cristo, Pablo era un enemigo declarado de la fe. No solo dudaba: perseguía a los cristianos con violencia. “Perseguía yo a la iglesia de Dios y trataba de destruirla” (Gálatas 1:13). Nada en su historia lo acercaba a Jesús. Su conversión no fue un despertar gradual, sino una intervención divina en el camino a Damasco (Hechos 9). Cristo mismo lo detuvo y cambió su rumbo.

Gracia para el peor de los casos

Pablo no oculta su pasado. Al contrario, lo expone para mostrar que la gracia de Dios llega incluso al más lejano. Era un fanático religioso y un perseguidor violento, pero Dios lo transformó en mensajero de aquello que quería destruir.

Esa paradoja nos recuerda una verdad vital: nadie es tan malo que quede fuera del alcance de la gracia, y nadie es tan bueno que no la necesite. La religión no salva, ni los méritos pueden asegurar nada. La salvación es totalmente por gracia, y Pablo es el ejemplo vivo.

Cuando compartes tu historia con honestidad, también estás diciendo lo mismo: no se trata de ti, sino de Cristo que te encontró y te cambió.

Un plan escrito desde antes

Lo sorprendente es que Pablo reconoce que Dios ya obraba en su vida mucho antes de su conversión: “Dios me apartó desde el vientre de mi madre y me llamó por su gracia” (Gálatas 1:15). Incluso su formación, su carácter y hasta sus errores estaban siendo usados por Dios en su plan soberano.

Eso consuela profundamente: tu historia no empieza el día en que entregaste tu vida a Cristo. Dios ya estaba escribiéndola mucho antes, usando lo bueno, lo difícil y aun lo equivocado para formar lo que hoy eres en sus manos. Como hizo con José o Moisés, Dios transforma el pasado en herramienta para su propósito eterno.

Cristo revelado en ti y a través de ti

Pablo afirma que Dios se agradó en “revelar a su Hijo en mí, para que yo le anunciara entre los gentiles” (Gálatas 1:16). El evangelio no solo fue para él, sino también a través de él. La gracia siempre viene acompañada de misión: lo que recibimos está destinado a ser compartido.

Ese anuncio no se limita a las palabras. Cristo se revela también en la manera en que respondemos a las pruebas, servimos a otros o amamos en lo cotidiano. Tu vida misma se convierte en testimonio visible del evangelio.

Una historia que apunta a Dios

El relato termina con un detalle significativo: “Glorificaban a Dios en mí” (Gálatas 1:24). Las iglesias no alababan a Pablo, sino al Dios que había obrado en él. Ese es el propósito final de un testimonio: que otros vean la grandeza de Dios, no la nuestra.

Tu historia no necesita ser espectacular para ser útil. Basta con que muestre cómo la gracia de Cristo sigue transformando tu vida. Tal vez hoy puedas tomar un momento para recordar dónde te encontró el Señor, y orar: “Señor, que mi vida te dé gloria, y que lo que has hecho en mí sea un reflejo de tu evangelio para otros”.

Comparte la verdad bíblica de forma clara y práctica, a través de plataformas digitales, buscando inspirarte a integrar la Palabra de Dios en tu vida diaria.

Relacionados