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Pablo muestra con la historia de Agar y Sara que vivir por esfuerzo humano produce esclavitud, pero vivir por fe en Cristo da verdadera libertad.
Pablo advierte que incluso la religión puede convertirse en idolatría. Solo el evangelio de Cristo nos libra de la esclavitud de las obras.
En Cristo ya no somos esclavos, sino hijos adoptados y herederos. Nuestra identidad en Él transforma cómo vivimos, oramos y nos relacionamos.
Pablo explica que la ley no anula la gracia. La ley revela el pecado y nos lleva a Cristo, quien nos da libertad para obedecer desde la gratitud.
Pablo advierte a los gálatas que comenzaron en la gracia pero ahora confían en sus obras. El evangelio no solo inicia la fe: es todo el camino.
Pablo defendió en Jerusalén que la salvación es por gracia, no por rituales. La libertad en Cristo no puede negociarse ni perderse.
Pablo comparte su historia no para exaltar su vida, sino para mostrar la gracia de Dios que lo transformó y confirmar la verdad del evangelio.
Pablo declara que no existe un evangelio alternativo. Alterarlo es perderlo, porque la salvación depende solo de la gracia de Dios en Cristo.
Pablo se sorprende de que los gálatas abandonen tan rápido la gracia de Cristo. Alterar el evangelio lo anula y nos deja sin esperanza.
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