El conflicto que confirma la fe
Si alguna vez te has preguntado por qué, aun siendo creyente, luchas con deseos que sabes que no agradan a Dios, no estás solo. Pablo explica en Gálatas 5 que dentro de cada cristiano opera una tensión real: la carne y el Espíritu.
La carne no es solo lo físico, sino esa parte de nosotros que quiere seguir controlando la vida, rechazando la gracia y buscando su propia salvación. El Espíritu, en cambio, nos lleva a Jesús, lo glorifica y forma su carácter en nosotros. Este choque no es señal de fracaso, sino evidencia de que el Espíritu de Dios está vivo y activo en tu interior.
El verdadero problema: los sobredeseos
Pablo usa la palabra epithumia, traducida como “deseo excesivo”. El problema no es solo cometer actos visibles de pecado, sino cuando convertimos anhelos legítimos en absolutos: el éxito, la aprobación, la familia, la seguridad financiera. Cuando estas cosas se vuelven indispensables para sentirnos plenos, se transforman en ídolos que gobiernan el corazón.
La lucha cristiana, entonces, no es solo contra acciones externas, sino contra motivaciones internas. El Espíritu no busca únicamente que dejemos de hacer lo malo, sino que amemos lo correcto con un corazón renovado.
El fruto que crece lentamente pero seguro
Frente a las obras de la carne, Pablo presenta el fruto del Espíritu (Gálatas 5:22-23). No habla de “frutos” en plural, sino de un fruto con varias dimensiones: amor, gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio propio.
Este fruto crece de manera gradual, como una semilla que rompe el suelo duro. No es un cambio superficial de temperamento, sino la vida de Cristo manifestándose en nosotros. Puede que no siempre notes el avance inmediato, pero con el tiempo se vuelve innegable.
Dones no son fruto
Es posible tener dones espirituales, carisma o habilidades ministeriales sin que el fruto del Espíritu esté presente. Judas y Saúl fueron instrumentos en las manos de Dios, pero no vivían bajo su guía. El fruto no se mide por lo que haces para Dios, sino por cuánto tu carácter refleja a Cristo en amor, paciencia y fidelidad.
La verdadera madurez espiritual no se evalúa por los dones que ejercemos, sino por la semejanza al corazón de Jesús.
Crucificar la carne: un acto diario
Pablo dice: “Los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (Gálatas 5:24). No es un ejercicio ascético de negar todo placer, sino un acto de fe: decirle a nuestro corazón que Jesús es mejor que cualquier ídolo.
Crucificar la carne es predicarse el evangelio cada día. Es recordar que Cristo ya nos amó y nos dio una identidad firme. Esa verdad tiene el poder de desplazar los sobredeseos que nos dominan, reemplazándolos con el gozo de pertenecer a Él.
Caminar con el Espíritu
Ser guiado por el Espíritu no significa pasividad, sino un caminar consciente. Cada día elegimos seguir su dirección, dejar que sus anhelos sean los nuestros. No se trata solo de obedecer mandamientos, sino de amar más a Jesús. Y cuanto más lo vemos, más queremos parecernos a Él.
Una invitación personal
Tal vez hoy sea buen momento para detenerte y preguntar: ¿qué sobredeseos compiten con Cristo en mi corazón? ¿Puedo ver señales, aunque pequeñas, del fruto del Espíritu en mi vida? ¿Qué áreas necesitan rendirse de nuevo a Jesús?
Recuerda: no enfrentas esta lucha en tus fuerzas. El Espíritu está contigo, mostrándote a Cristo y transformándote a su imagen. Camina confiado y observa cómo el fruto comienza a florecer.