a

Menu

12 Tú nueva identidad transforma tus relaciones

por | Jul 4, 2025

Cruz de madera en una colina al amanecer con vista panorámica de una ciudad al fondo, cielo con nubes doradas y tonos cálidos que evocan un mensaje de esperanza y transformación espiritual.

La inseguridad disfrazada de orgullo

Pablo nos confronta con una verdad que, aunque incómoda, es esencial: nuestra forma de relacionarnos revela dónde está puesta nuestra identidad. En Gálatas 5:25-26, tras hablar del fruto del Espíritu, nos exhorta a no ser «vanagloriosos, irritándonos y envidiándonos unos a otros». La palabra griega traducida como «vanagloriosos» implica estar «vacíos de gloria», con una necesidad profunda de validación. Esta inseguridad interior puede expresarse en forma de arrogancia o de inferioridad, pero ambas son manifestaciones de un mismo problema: buscar valor comparándonos con otros.

Provocadores y envidiosos: dos caras de la vanidad

Algunos expresamos esta vanidad desafiando y menospreciando a los demás. Otros, sintiéndonos pequeños e insuficientes ante ellos. Pablo señala que tanto provocar como envidiar surgen de la misma raíz: una identidad que depende de la opinión o posición de los demás. En ambos casos, el centro de la relación soy yo: cómo me hacen sentir, cómo me perciben. Y el evangelio confronta esto de frente.

El evangelio: una nueva forma de verte

Solo el evangelio puede sanar esta inseguridad. Me dice que soy un pecador, sin mérito alguno, pero profundamente amado y aceptado por Dios gracias a Cristo. Esta verdad me humilla (no soy mejor que nadie), pero también me da audacia (soy amado por el Único que realmente importa). Así nace una nueva autoimagen: segura y humilde a la vez. Y esto lo cambia todo.

Relaciones centradas en el otro

Cuando dejamos de buscar nuestra gloria en los demás, podemos amar de verdad. Pablo dice que no debemos despreciar ni envidiar, sino restaurar con humildad (Gálatas 6:1) y llevar las cargas unos de otros (6:2). La restauración no es juicio ni indiferencia, sino amor activo que se acerca al otro con compasión y verdad.

Restaurar a un hermano atrapado en el pecado es como colocar un hueso dislocado: duele, pero sana. Y solo puede hacerlo quien reconoce su propia fragilidad. Por eso Pablo advierte: «considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado». No desde arriba, sino al lado. Como quien también necesita gracia.

Llevar cargas y cargar con tu responsabilidad

Pablo también habla de llevar nuestras propias cargas (Gálatas 6:5). A primera vista parece contradictorio con el versículo 2, pero no lo es. En griego, «carga» en el verso 2 se refiere a un peso pesado que necesita ayuda externa, mientras que en el verso 5 es una «mochila personal». Cada uno responderá ante Dios por su propia vida y llamados. No podemos compararnos con otros. La comparación alimenta la vanidad; la responsabilidad personal nutre la madurez.

Aplicando el evangelio en tus relaciones

Cuando el evangelio moldea tu identidad, ya no necesitas competir, impresionar ni esconderte. Puedes servir, restaurar y amar libremente. Puedes dejar de esperar que otros validen tu valor, y empezar a buscar su bien. Y cuando falles, puedes volver al evangelio y predicártelo a ti mismo: “Soy amado por Dios, salvado por gracia. No necesito demostrar nada”.

Reflexión final

¿Cómo se evidencian la vanidad y la comparación en tus relaciones? ¿Eres más propenso a provocar o a envidiar? ¿Cómo cambiaría tu forma de tratar a los demás si tu identidad estuviera verdaderamente arraigada en el evangelio?

Dios nos llama a vivir como hermanos, llevando las cargas los unos de los otros, y recordando que solo una cosa nos define: lo que somos en Cristo. Ahí comienza la verdadera libertad relacional.

Armando Illas

Comparte la verdad bíblica de forma clara y práctica, a través de plataformas digitales, buscando inspirarte a integrar la Palabra de Dios en tu vida diaria.