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11 ¿Por qué sigo luchando con los mismos pecados?

por | Jun 27, 2025

Cruz de madera en una colina al amanecer con vista panorámica de una ciudad al fondo, cielo con nubes doradas y tonos cálidos que evocan un mensaje de esperanza y transformación espiritual.

Dos naturalezas, un corazón dividido

¿Alguna vez te has preguntado por qué, si eres creyente, aún luchas con deseos que sabes que no agradan a Dios? No estás solo. En Gálatas 5, el apóstol Pablo nos ofrece una explicación poderosa y esperanzadora: dentro de cada cristiano hay un conflicto espiritual real. Dos naturalezas operan en paralelo: la carne (sarx), que representa nuestros deseos desordenados y no regenerados, y el Espíritu, que ha comenzado a renovar nuestro corazón desde que creímos en Cristo.

La carne no es simplemente lo físico o lo externo, sino esa parte de nosotros que quiere seguir controlando nuestra vida, que rechaza la gracia y busca su propia salvación. En cambio, el Espíritu anhela llevarnos a Jesús, glorificarlo y formarlo en nosotros. Este conflicto no significa que estamos perdidos, sino todo lo contrario: es señal de que el Espíritu de Dios está vivo y activo en nuestro interior.

El verdadero problema: los “sobredeseos”

Pablo usa un término clave en su enseñanza: “epithumia”, que podríamos traducir como “sobredeseo” o deseo excesivo. El problema de fondo no son simplemente los pecados visibles, sino aquello que los origina: deseos desproporcionados, incluso por cosas buenas. Cuando convertimos esos deseos en ídolos —ya sea una carrera, la aprobación de otros, la familia o la estabilidad económica— estamos buscando en ellos lo que solo Dios puede darnos.

Por eso, la lucha cristiana no es solo contra actos externos, sino contra motivaciones internas que nos dominan. El Espíritu Santo no solo quiere que dejemos de hacer lo malo; Él quiere transformarnos desde el corazón.

El fruto que revela quién eres

En contraste con las “obras de la carne”, Pablo habla del “fruto del Espíritu”. Es interesante que no diga “frutos”, en plural. Porque no son nueve frutos diferentes, sino un solo fruto con varias dimensiones: amor, gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio propio (Gálatas 5:22-23). Todos estos aspectos crecen juntos, alimentados por la vida del Espíritu.

El crecimiento del fruto es lento, pero inevitable. Como una semilla que rompe el mármol, el carácter de Cristo se va formando en nosotros de manera gradual pero firme. No se trata de modificar tu temperamento, sino de mostrar evidencia de una nueva vida.

No te confundas: dones no son fruto

Podemos tener dones espirituales, carisma, habilidades sociales… y aún así, no tener el fruto del Espíritu. Judas y el rey Saúl, por ejemplo, fueron usados por Dios, pero no eran guiados por Él. El fruto no es lo que haces para Dios, sino lo que el Espíritu produce en ti conforme te rindes a Él. La verdadera señal de madurez espiritual no es cuántos dones tienes, sino cuán profundamente amas, gozas, perdonas y perseveras.

Crucificar la carne: un llamado diario

¿Cómo entonces se forma este fruto? Pablo dice que “los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (Gálatas 5:24). Esto implica identificar y desmontar nuestros ídolos, aquellos sobredeseos que gobiernan nuestra conducta. No se trata simplemente de decir “no” al pecado, sino de reemplazar esos deseos con algo superior: Cristo mismo.

Crucificar la carne no es negarte placeres físicos de forma ascética; es decirle a tu corazón: “Jesús es mejor que esto que anhelo tanto”. Es predicarte a ti mismo el evangelio, recordando quién eres en Cristo y cuánto te ha amado. Es adorar a Jesús hasta que su belleza eclipse la falsa belleza del pecado.

Ser guiado por el Espíritu: vivir en libertad

Ser guiado por el Espíritu no es un proceso pasivo. Es caminar activamente, día a día, en la dirección que el Espíritu marca, dejando que sus anhelos se conviertan en los tuyos. No se trata solo de obedecer reglas, sino de enamorarte más de Jesús. Cuanto más lo ves, más lo deseas; y cuanto más lo deseas, más te pareces a Él.


¿Y ahora qué?

Haz una pausa hoy y pregúntate:

  • ¿Qué sobredeseos están compitiendo con Cristo en tu corazón?
  • ¿Puedes identificar fruto del Espíritu creciendo en tu vida?
  • ¿Qué áreas necesitan ser crucificadas y reemplazadas por la belleza de Jesús?

No tienes que hacerlo solo. El Espíritu está contigo. Él no solo te muestra a Cristo, sino que te forma a Su imagen. Confía, camina y observa cómo el fruto empieza a florecer.

Armando Illas

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